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martes, 26 de octubre de 2010

Elogio al exabrupto

Vivimos en un país que llora la muerte del pulpo Paul, soporta las alegrías verbales del alcalde de Valladolid y, además, aguanta la sorna de un miembro de la Real Academia Española de la Lengua que se enorgullece del exabrupto. Nunca pensé que la remodelación del Gobierno de Zapatero fuera tranquila y sosegada; al contrario, el clima de tensión antes, entre y después, era, obvio y previsible y, aún más, en la actual coyuntura; sin embargo, las salidas de tono por llamar de alguna manera las situaciones tan penosas y tan lamentables de estos últimos días me abocan a reflexionar sobre las consecuencias colaterales de estos comportamientos que se alejan de la razón y del sentido común.

Aún sin recuperarnos de las perlas de Francisco Javier León de la Riva nos reponemos de las groserías de Arturo Pérez Reverte que en su osadía muestra satisfacción por incrementar el número de seguidores en Twitter pero, al parecer, el famoso escritor no ha sopesado el alcance de sus palabras ni tampoco es sensible a su propia falta de sutileza porque considera que el éxito se mide en función de la cantidad de followers. Pérez Reverte deja de ser marco de referencia válido para ser comparado con otros intelectuales o escritores que atesoran seguidores por su talento.

El exabrupto no es digno de elogio y no deja de ser una manifestación de brusquedad por estar en boca de un intelectual; es más, en ese caso, lo entiendo como una falta más grave y, aún más, considero que justificarlo es rozar el cinismo porque se trata de un comunicador que debería de medir sus impulsos y usar las palabras en su justa medida. Las buenas maneras, la educación y el saber estar son pilares básicos para la sociedad y flaco favor nos hacen aquellos que pierden las formas con una incontinencia verbal estéril que, a fin de cuentas, define más al que emite el mensaje que al receptor.

sábado, 23 de octubre de 2010

La peña del coágulo


Maruja Torres en una de sus columnas de El País se refirió a las actitudes retrogradas de la derecha cavernícola como la "peña del coágulo" en alusión a un personaje de la película Todos dicen I love you de Woody Allen en la que una familia demócrata vivía en permanente conflicto con el hijo republicano que cambió de ideología tras ser operado de un coágulo en el cerebro. Aquella expresión me pareció tan gráfica que desde entonces me sirvió para agrupar las actitudes reaccionarias, rancias y carcas que, lamentablente, se han sucedido en el tiempo con demasiada frecuencia.

El nombramiento de Leire Pajín como Ministra de Sanidad que, por cierto, no es santo de mi devoción, ha suscitado una avalancha de críticas desmesurada en todos los sentidos. Entiendo que se pueda estimar que su perfil no es adecuado para el cargo o cualquier juicio sobre la oportunidad de su nombramiento. Sin embargo, la polémica suscitada entorno a la pulsera que, espero confío y deseo sirva para alertar de su nulo efecto, tan sólo ha sido un la punta del iceberg que ha desencadenado, entre otras, las desafortunadas declaraciones y, peor disculpa, del alcalde de Valladolid, Francisco Javier León de la Riva.

La actitud del alcalde vallisoletano me parece extremadamente deplorable porque supera con creces al ataque machista dado que esas maneras sólo se pueden calificar de mala educación. No podía salir de mi perplejidad cuando le escuché y, aún así, no estaba preparada para las penosas excusas que le hundieron más en su miseria moral y ética. No estoy de acuerdo con la máxima, según la que, nos merecemos a los políticos que tenemos. No es así. Nos merecemos mucho más. Por nosotros y por los que vendrán detrás.

La sociedad está tan narcotizada que opta por el "todo vale" porque, al parecer, no es posible frenar el exabrupto verbal de los cargos públicos a los que, entre todos, pagamos el sueldo. Al final después de tanto aceptar pulpo como animal de compañía lo que realmente resulta extraño es la normalidad. En esta línea, la peña del coágulo cada vez tiene más adeptos entre sus filas entretanto los ciudadanos nos atragantamos frente a esos comportamientos tan ordinarios. Todo esto ocurre mientras vivimos en la llamada era del conocimiento. ¿No resulta increíble y tristemente irónico?.

Foto: Leire Pajín (Fuente: Cabecera del blog de Leire Pajín )