Las redes sociales se han convertido en el peor enemigo de los tiranos exibiendo su agonía a golpe de "enter" y "click". Ni en la peor de sus pesadillas podía imaginar Muamar el Gadafi que las revoluciones de enero en el mundo árabe alcanzarían de lleno a Libia ni mucho menos llegar a sucumbir arrastrado por el impulso de una fuerza global, agitadora de conciencias, que ha socavado su régimen autoritario.
La noticia de su muerte, aún por contrastar, ha paseado por las ediciones digitales de la prensa convencional maquillando la falta de confirmación con titulares peculiares atribuyendo la responsabilidad de los contenidos a las fuentes como, por poner un ejemplo, el de LEVANTE-EMV que resolvía así la urgencia para ser competitivo en el mundo on-line: "Los rebeldes afirman que Gadafi está muerto".
La muerte transformada en espectáculo más allá del reality-show se ha apoderado de las portadas que sumaban al drama la entrega por capítulos de la vida en estado puro llegando a superar el morbo de observar el final de la agonía en imágenes de televisión.
El siglo XXI nace matando sin piedad a los déspotas del siglo XX que serán recordados a la par por los epsectáculos dantescos de su desaparición como por sus desaforados régimenes absolutistas que en vida sufrieron las víctimas de sus abusos. Sin embargo, a mi me hubiera gustado ver a Gadafi sentado en un banquillo porque, por una parte, no queda justificado un asesinato aunque la víctima sea un dictador indeseable, y, por otra, ahora nace un mártir ante los ojos de sus seguidores.