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domingo, 20 de abril de 2008

Anverso y reverso

Foto: Anverso (E. Martorell)

Una de las artes más difíciles del ser humano es vagar por el planeta Tierra sin caer en la prosaica rutina que le aboca a convivir con la escala cromática de todos grises hasta convertir el día a día en un reflejo del anterior. Una siente, en ocasiones, que está como Bill Murray en Atrapado en el tiempo, aquella estupenda comedia en la que el protagonista, un hombre del tiempo de una cadena de televisión, acude a cubrir la noticia del Día de la Marmota que, para él, se convierte en un calvario porque revive una y otra vez el mismo día de forma idéntica.

Esta sensación, por suerte, no es permanente y, pasa, que la vida, como siempre, nos sorprende y, a veces, tan sólo un pequeño cambio transforma nuestro universo con tanta fuerza como la mariposa de Eduard Lorenz; en otras ocasiones, incluso, somos capaces de obviar con descarada premeditación y alevosía, el más devastador maremoto. Sin embargo, no hay reglas para sobrevivir ante lo inesperado que, aunque, por desconocido, no, necesariamente, ha de ser malo.

Imaginamos el futuro, sin percatarnos, que el presente nos aferra al momento preciso en el que nos encontramos. Esa es la sensación que viví en mis carnes cuando encontré un texto escrito con tinta de bolígrafo azul en el anverso de una hoja caída de uno de los ficus que, custodian la estatua dedicada a Teodoro Llorente, en la Gran Vía de Valencia (España). La descubrí al levantarme del banco de madera en el que había estado sentada reflexionando, ensimismada, sobre mi pequeño mundo.

"Hay amores que se vuelven resistentes a los daños y que mejoran, como el vino, con los años. Así crece lo que siento yo por ti". Esta bocanada de romanticismo creó una amplia sonrisa en mis labios y llenó mi ser de ternura. Tenía entre mis manos una parte de la historia de amor de dos seres humanos ajenos. ¿Lo habrá escrito sólo para él?; ¿querrá compartirlo con ella?; ¿estarían juntos mientras lo escribía? ¿quiénes eran?; ¿cómo se forjó su historia de amor?; mientras formulaba mentalmente estas preguntas; para mi asombro, comprobé que en el reverso continuaba el mensaje: "Así es el amor que siento yo por ti. Evaristo. Después de cuatro años".

Sin esperarlo supe que la relación de los enamorados se encaminaba a la consecución del lustro. Me marché con la sensación de conservar lo efímero. Quizás el viento hubiera transportado la hoja lejos del lugar o, tal vez, la madre naturaleza acabara por secarla hasta convertirla en polvo. Sin embargo, una mezcla de chiripa, casualidad, azar y destino lo impidió.


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La flecha señala los cuatro ficus gigantes de la Gran Vía de Valencia (España)